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Enrique Congrains Martin (Lima 1932-Cochabamba 2009)

No una sino muchas muertes

Publicado: 2009-07-13

Al leer este titular se podría pensar en la coyuntura política. Lamentable pero viable. Sin embargo ese no es el tema de esta columna sino el título de una novela de un misterioso escritor que dejó de vivir esta semana. Me refiero a Enrique Congrains Martin, autor de la novela que inspiró a Francisco Lombardi la película “Maruja en el infierno”, y de otras tantas de distinto tono y estilo, pero, sobre todo, de un puñado de cuentos memorables que dieron inicio a lo que posteriormente se llamó el “realismo urbano”. 

Como suele suceder con César Vallejo y su (mal) famoso “Paco Yunque”, en el caso de Congrains, también se canonizó un cuento melodramático y efectista, que está incluido  ahora en los textos escolares y por lo tanto se ha convertido en lo que podríamos llamar parte del “imaginario nacional”. Me refiero a “El niño de junto al cielo”, la historia de un chiquillo de la sierra que acaba de llegar a El Agustino, y que al bajar a la ciudad para ir conociéndola, se encuentra un billete de diez soles. Al final lo pierde por un timo de un niño de su edad, limeño y criollo, y obviamente “más pendejo” que él. El cuento no es malo, por el contrario, pero tiene una “moraleja” tan obvia que no revela, como en otros, la maestría en la descripción de la pobreza urbana con un estilo seco, duro y directo como el de Congrains.  Esa maestría que hizo de Lima, hora cero, un libro de antología.

Al otro lado de la balanza, con todo su peso en oro, se encuentra un cuento extraordinario y que personalmente me impactó desde la primera vez que lo leí, cuando tenía 13 años: “Domingo en la jaula de estera”. Se trata de una narración angustiante sobre una pareja de jóvenes amantes que, en medio de la pobreza y la precariedad, intentan sobrevivir encerrados entre cuatro esteras mientras él, Juan, se asfixia entre ataques de asma y pastillas de “doble filo” que le hinchan el corazón. Cito el cuento de memoria –mientras escribo estas líneas no tengo el libro a mano– y los detalles del mismo, la descripción del cuarto corroído, sucio, pegajoso, la misma mugre de la neblina limeña, y la necesidad apremiante de no gastar de más el papel higiénico por la miseria en la que se encuentran, se han quedado labrados en mi memoria (quizás porque también pasé por las angustias de una asmática) pero sobre todo por la memorable fuerza de una prosa intensa, densa, llena de texturas, que convierte un hecho cotidiano en un impactante paisaje del desasosiego. Con este cuento Congrains demostró a las generaciones que le siguieron la intensidad de la pobreza urbana y la mejor manera de describirla adentrándose en estos personajes comunes pero de dimensiones heroicas.

Congrains fue un tipo extraño, parco y distante, pero a su vez muy entusiasmado con los jóvenes escritores, sobre todo, a partir de su regreso a la literatura después de 50 años con dos novelas largas e indescifrables, ubicadas en una especie de neo-ciencia-ficción y cercanas, de alguna manera, a otras novelas similares como las de José Adolph. Pero sin duda la novela que marca una época y que describe a uno de los más intensos y  extraordinarios personajes femeninos de la literatura peruana es No una sino muchas muertes.

Reflexionando sobre esta novela, Congrains en una entrevista que le hiciera Giancarlo Stagnaro para El Hablador, sostiene lo siguiente: “Toda mi obra narrativa constituye en el fondo un rechazo al mundo de clase media de donde yo provengo. Como anécdota, antes de publicar No una, sino muchas muertes se la di a leer a mi madre y a mi hermano. Ellos me sugirieron que no la publicase porque les pareció una novela demasiado chocante. En el prólogo que hace Mario Vargas Llosa, dice que es una novela muy fuerte. No creo que ello sea así. Ha pasado mucho tiempo, pero en el caso de esta novela, el papel de Maruja tiene algo que ver con las mujeres líderes en los asentamientos humanos”.

Al momento de morir, Congrains tenía la intención de escribir cinco novelas y de regresar al Perú (falleció en Cochabamba), aunque luego de 45 años viajando por América Latina, había percibido perfectamente uno de nuestros grandes males: el ombliguismo. “Por qué cerrarse a esa mirada demasiado peruanista de la literatura peruana. Salir implica abrirse a nuevos flujos”. Esa es ahora una tarea.

Esta kolumna fue publicada por La República el domingo 12 de julio de 2009.


Escrito por

Rocío Silva Santisteban

Rocío Silva-Santisteban Manrique (Lima, 1963) Escritora, profesora, activista en derechos humanos y políticamente zurda.


Publicado en

Kolumna Okupa

Artículos, kolumnas, reseñas de libros, poesía y reflexiones varias de Rocío Silva Santisteban.