La indignación es un gran sentimiento
“Los pueblos se amodorran pero el Destino / no deja que se duerman”, es lo que escribía el poeta alemán Friedich Hölderlein entre las blancas paredes de una torre de la ciudad de Tübingen. Era joven cuando se inició en Alemania de ese entonces, junto con su compañero Hegel, un movimiento libertario bajo los aires de la egalité de la revolución francesa. No eran jacobinos ni revoltosos ni antisistema: simplemente eran jóvenes que creían en el “viejo espíritu de la Inquietud”.
Las marchas que han proliferado en toda las ciudades del país convocadas por los jóvenes y no-tan-jóvenes que se sienten indignados y molestos ante las componendas de la clase política peruana rescatan ese malestar ciudadano que permite cristalizar la furia en una protesta política pacífica que, no solo plantea caos y revueltas, sino sobre todo salidas y esperanzas. El clamor popular lo que exige es simplemente el nudo central de toda democracia: que los representantes escuchen a los representados y no nos conviertan en tutelados con la pretensión de que saben escoger por nosotros, pues nosotros los escogimos a ellos.
Mientras escribo estas líneas no sé lo que sucederá hoy lunes por la tarde: si la convocatoria a #TOMALACALLE es un éxito, no habrá personas detenidas ni heridas sino una decisión del Congreso de la República por replantear completamente la “repartija” y convertirla en un acuerdo por consenso que precisamente respete esta indignación ciudadana. Eso implica, por supuesto, re-organizar totalmente la elección de tal manera que quienes sean candidatos al BCR, TC y DdP sean personas con reconocidas trayectorias democráticas, con antecedentes de respeto a la Constitución y los derechos humanos y en el caso del BCR, además, que propongan una salida a este entrampe extractivista de un modelo que aplasta la ciudadanía por favorecer a las grandes empresas.
Entiendo que quienes hayan salido ayer por la tarde a las calles del país no tienen una sola agenda común sino que proponen múltiples malestares que, hoy por hoy, la clase política en pleno encabezada por el Presidente de la República deben escuchar. Se trata de una ciudadanía que ha atravesado la corrupción fujimorista, el caos del año 2000, la transición, el insulto aprista llamándolos “perros del hortelano”, la estupidez burocrática represiva que llevó al “baguazo”, los 27 muertos en conflictos sociales del gobierno de Ollanta Humala, las mesas de mecidas. Es un pueblo que se yergue sobre los golpes no para responder con otro golpe, sino para levantar las manos en alto como si se tratara de dos indignadas mejillas, que reclaman lo justo: gobernar con el pueblo y para el pueblo. No, no es populismo, es pura democracia.