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EL CORONEL AURELIANO BUENDIA EN LA VERSIÓN DEL ARTISTA UCRANIANO PAlepOW. 

Treinta años después

(frente al pelotón de fusilamiento)

Hace más de treinta años se publicó en Editorial Sudamericana la novela que revolucionaría a América Latina y al mundo, Cien años de soledad, un clásico del siglo XX. Para enterarnos de su “cocina” olfateamos en la biografía de Gabriel García Márquez, que un joven periodista colombiano, Dasso Saldívar, ha publicado por la editorial Alfaguara: "El viaje a la semilla".

Publicado: 2014-04-18

¿Sabía que Cien años de Soledad se escribió en 14 meses, a punta de encierro a cal y canto en la “cueva de la mafia”, y que durante este tiempo los García Márquez empeñaron hasta el último aparato eléctrico de su casa para poder sobrevivir? 

Por supuesto no es ninguna novedad que intentar ser escritor a tiempo completo exige un requisito mínimo: sólo trabajar en eso. Gabriel García Márquez, se encontraba desde algunos años antes en México D.F. con su mujer Mercedes y sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo, cuando le picó el bicho macondiano. Pero desgraciadamente tenía, como casi todos los seres de este planeta, que trabajar para vivir.

Su último empleo literario fue el de guionista de cine pero, si uno no lo hace en Hollywood, no da precisamente para mantener una familia. Así que tuvo que dedicarse al periodismo más deleznable de ese entonces dirigiendo La Familia y Sucesos para Todos, un par de revistillas entre frívolas y sensacionalistas de propiedad de Gustavo Alatriste. En ese entonces García Márquez no era un desconocido: para una élite intelectual era considerado un escritor excepcional, así que decidió no figurar en ningún postón pero sí inyectar actualidad y eficacia periodística a los dos engendros. El resultado fue óptimo pues elevó el tiraje gracias a su olfato periodístico, pero debió sufrir bastante teniendo en cuenta el estilo Corin Tellado de las editoriales. Se trataba de un trabajo alimenticio y lo tomaba como tal.

Mientras tanto Carmen Balcells, quien sería posteriormente la gran agente literaria del boom, intentaba vender para el mercado norteamericano las primeras novelas de Gabo. Logró insertar las cuatro anteriores y recibir por derechos de autor la cantidad de mil dólares. Con el contrato de la editorial Harver and Row se apareció en México para entregarle el dinero a García Márquez. Pero inversamente a lo que ella imaginaba, el escritor descalificó el negocio en una sola frase: “es un contrato de mierda”. Como sostiene el periodista Dasso Saldívar, mil dólares por cuatro novelas —entre ellas la genial El coronel no tiene quien le escriba— y por quince años de trabajo era prácticamente un insulto para cualquiera. Felizmente para la hoy famosa agente Balcells, después Gabo aplacó su ira y firmó un contrato en el que la designaba como su agente “para los próximos 150 años...”.

Luego de esta desilusión el Premio Nobel decide jugárselas todas. Junto con su gran amigo, cómplice y colega, Alvaro Mutis, logra juntar cinco mil dólares que entrega en manos de su mujer para que duren los próximos seis meses. Es entonces que acondiciona la “cueva de la mafia”: una habitación de tres metros por dos, donde colocó un par de posters, su Olivetti, cientos de cientos de páginas en blanco, una mesa, una silla y un basurero. Era julio de 1965 cuando escribió: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía recordaría aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Se iniciaba la leyenda.

En ese espacio ínfimo de su casa de la calle Loma 19 en San Ángel Inn se pasó encerrados los siguiente 14 meses. Escribía de 8 am a 2 pm, almorzaba, dormía una breve siesta después de almuerzo y luego, por la tarde, se dedicaba a la investigación literaria informándose sobre venenos y antídotos, crónicas de Indias, enfermedades tropicales, experimentos medioevales de alquimia y cuanto tuviera que ver con la novela de marras. En las noches solía charlar con sus amigos íntimos: Alvaro y Carmen Mutis, Carlos Fuentes y Rita Macedo, Jomí García Ascot y María Luisa Elío, a quien dedica su obra cumbre. Gabo no era mezquino con su historia: conversaba sobre la novela y los temas adyacentes con todos sus contertulios que poseían una fe ciega en el escritor.

Mercedes, mientras tanto, gasta el dinero con pericia, pero a fin de cuentas no alcanza. Le deben seis meses de alquiler al casero —Luis Coudurier, el dueño de la casa, se sentía orgulloso de fiar por la causa literaria— y seis meses al carnicero. Así que deciden empeñar en el Monte de Piedad su Opel blanco, el televisor, las joyas de Mercedes, la radio y prácticamente todos los enseres menos la secadora, la batidora y la estufa.

Así transcurren los últimos días, hasta que finalmente pone el punto final. Después de “matar” a Aureliano Buendía, García Márquez se echa en la cama junto a su mujer y llora por dos horas seguidas. Se sentía vacío, “como si hubieran muerto todos mis amigos”.

Para enviar los originales a Buenos Aires, donde Francisco Porrúa en la Editorial Sudamericana, venden lo último que les quedaba: la secadora. En el correo, Mercedes luego de despachar el paquete, voltea a mirar a su marido y le dice: “Oye, Gabo, ahora lo único que falta es que esta novela sea mala”.

Este artículo lo publiqué originalmente en la Revista Somos el año 1997.   


Escrito por

Rocío Silva Santisteban

Rocío Silva-Santisteban Manrique (Lima, 1963) Escritora, profesora, activista en derechos humanos y políticamente zurda.


Publicado en

Kolumna Okupa

Artículos, kolumnas, reseñas de libros, poesía y reflexiones varias de Rocío Silva Santisteban.