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Agonismo, fútbol y democracia

Publicado: 2014-07-15

Para los griegos demos debía tener sentadas sus bases en el agón: en la competencia, la disputa, la posibilidad de lucha entre dos personajes o tendencias que le dan su calidad de tal a toda acción política. Por eso surgen el protagonista y el antagonista como los dos elementos sobre los cuales se desarrolla toda trama humana. Hoy en día el “agonismo” es, precisamente, la posibilidad de que cualquier cambio profundo surja de una contienda entre dos maneras de ver el mundo. Por eso, cuando se pretende que la democracia esté carente de conflicto y se trata de resolver todos los problemas sobre la base del consenso y la tolerancia no se tiene en consideración la base misma del demos.  

El futbol es, por supuesto, nuestro rito simbólico más expresivo de lo que implican esas dos tendencias agonistas. En una clasificatoria del mundial no hay empate: uno debe de salir vencedor y el otro debe ser vencido. El domingo cuando los alemanes se pusieron a ambos lados de la cancha para aplaudir a los argentinos pudimos observar una de las calidades más interesantes del agonismo: el respeto al contendor. El otro no es un enemigo, es un contrincante; por eso mismo, no se le ataca ad hominem sino por sus argumentos y, en el caso del fútbol, por sus habilidades, estructura de equipo pero por el resultado concreto que se lee en goles. Lo pasional del fútbol es que, más allá de inversión, FIFA y marketing, el lugar de los hechos es un simple y silvestre gol.

Hoy en día, como lo propone Chantal Mouffe en varios de sus libros, el neoliberalismo plantea la idea de que la democracia debe de estar basada en eternos consensos dejando de lado todo elemento político, todo “agón”. Este “sentido común” proclama que las decisiones de los ministros de Estado son técnicas y se basan en el “bien común”. En el caso peruano, esta falacia es casi una broma: sabemos perfectamente que las decisiones de los protagonistas del poder las toman para beneficiar a un sector que, según ellos, empuja lo económico. Por otro lado, se encuentran los antagonistas, los que no tienen acceso al poder y muchas veces en esta lógica de “consensos impuestos”, “diálogos de sordos” y “consideraciones técnicas” que apañan decisiones políticas, se desesperan y anulan al otro como adversario para convertirlo en enemigo.

El resultado es que lo político se desplaza hacia el terreno de la moral y en lugar de plantear una confrontación entre adversarios —como en la clásica rivalidad entre derechas e izquierdas— se desplaza hacia una división entre el bien y el mal, los buenos y los malos, los correctos y los incorrectos. Según Mouffe, cuando en la acción política no hay canales para que los conflictos adopten una forma “agonista”, lo que hacen es adoptar una antagonista (amigos/enemigos) cuyo objetivo es la “destrucción del otro”.

Si el fútbol es el resultado de haber pasado de las guerras a las contiendas simbólicas que terminan con vencidos y vencedores pero sin un solo muerto; la democracia, como arte del agón, no se basa en decisiones de carácter meramente técnico, sino en determinaciones frente a posiciones en conflicto; obviarlas nos acerca al autoritarismo, los muertos, la guerra.


Esta kolumna ha sido publicada en La República el 15 de julio de 2014.


Escrito por

Rocío Silva Santisteban

Rocío Silva-Santisteban Manrique (Lima, 1963) Escritora, profesora, activista en derechos humanos y políticamente zurda.


Publicado en

Kolumna Okupa

Artículos, kolumnas, reseñas de libros, poesía y reflexiones varias de Rocío Silva Santisteban.