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foto giancarlo tejeda. 

El mal es una elección

Sobre la falaz respuesta de un candidato y sus consecuencias éticas 

Publicado: 2016-02-02


Rosa María Palacios ha señalado dos veces que tanto César Acuña como Keiko Fujimori no distinguen entre el bien y el mal: el primero, por el escándalo del plagio y la segunda, porque el domingo volvió a afirmar que su padre no había cometido ningún delito. A pesar de que disiento de esta afirmación, me parece importante la inclusión de lo ético en el debate electoral, más allá de las firmas para la foto ante un Tribunal sin carácter coactivo. ¿Realmente ambos candidatos no diferencian el bien del mal o usan esta suerte de “simulacro” para posicionarse en un limbo que los beneficie para efectos prácticos en esta campaña? Todos sabemos la respuesta.

Pero, así como en nuestro país el debate en las ágoras virtuales ha descendido a las descalificaciones, los peruanos somos testigos de algo que está en la dermis de nuestra sociedad: no responsabilizarnos por las causas que generan efectos negativos. Eso es lo que no asumimos: decimos y creemos que esos efectos son responsabilidad de elecciones equivocadas, consecuencias de “errores”, situaciones que aparecen mediadas por el azar o la mala suerte. Sin embargo es transparente que se trata de elecciones buscadas de manera deshonesta.

La política también es una pedagogía y los peruanos aprendemos de los políticos hábiles y deshonestos que esas conductas son “exitosas”. La astucia reemplaza a la inteligencia. La astucia es vista con deseo; la inteligencia ninguneada por impráctica.

El lado oscuro de la cultura del emprendimiento —avanza solo metiendo cabe a quien puedas— ha permitido que en grandes sectores de nuestro país se perciba que el éxito se debe solo a las acciones personales. Quienes fomentan esa cultura del emprendedurismo engañan a los jóvenes haciéndoles creer que, a pesar de las diferencias de clase y étnicas, la educación de las universidades privadas al estilo Acuña les va a permitir tener las mismas posibilidades de los otros jóvenes que pueden pagar la Católica o la del Pacífico. Eso es falso. La clase y la raza son, definitivamente, dos elementos de discriminación en un país donde las altas clases sociales tienen guetos privados y fácil acceso al conocimiento.


Entonces el emprendimiento se vuelve achorado y va sedimentado una moral laxa y sin escrúpulos orientada al éxito personal.


Entonces el emprendimiento se vuelve achorado y va sedimentado una moral laxa y sin escrúpulos orientada al éxito personal. Acuña es un síntoma del emprendedurismo-achorado, así como Vladimiro Montesinos, pasando sus días en las mazmorras de la Base Naval, fue un síntoma de la pendejada. Más bien nuestra escasa salud política se refleja, precisamente, en el encierro de este delincuente así como en el encierro de su albacea Alberto Fujimori.

¿El dinero puede aletargar la conciencia? Puesto que la conciencia no tiene precio lo único que hace el dinero, ya sea a través de un puñado de monedas o de los millones de Acuña, es adormecer las diferencias entre el bien y el mal. Sin embargo no las borra. La vida en nuestro querido Perú, según cualquier sicario adolescente de Barranca, cuesta 500 soles. A veces menos. Cuando el sicario cae, como Gringasho, sabe perfectamente que los 20 años de su vida valieron esos 500 soles. El bien y el mal están ahí bastante diferenciados a pesar de la neblina del encierro: esa es su lección. Sería pedagógico que un rector doctorado por plagio pierda esa condición: todos los peruanos aprenderíamos a no engañar.

Nuestras acciones son producto de decisiones de voluntad, con o sin conciencia, pero producto de nuestro libre albedrío. El mal no es algo que aparece en nuestro camino: lo elegimos.

Esta kolumna ha sido publica el día de hoy martes 2 de febrero en La República. 


Escrito por

Rocío Silva Santisteban

Rocío Silva-Santisteban Manrique (Lima, 1963) Escritora, profesora, activista en derechos humanos y políticamente zurda.


Publicado en

Kolumna Okupa

Artículos, kolumnas, reseñas de libros, poesía y reflexiones varias de Rocío Silva Santisteban.