#ElPerúQueQueremos

QUIERO SER SANTA

Monólogo de una niña triste

Publicado: 2016-08-20

En la casa dormimos nosotros tres: mamá en el cuarto que da hacia la calle; mi hermano y yo en el de adentro. Casi no se oyen ruidos, apenas las llantas de un carro dejando su marca en la avenida, a lo lejos. A través de las persianas se filtra la luz de los postes y cae sobre mamá que duerme sola y acurrucada. Es un bulto y yo la miro.  

Me siento mal. He hecho algo malo. No recuerdo qué. Quizás rompí un vaso, comí demasiado o no comí nada, no quise tomar mi leche, jugué demasiado a las muñecas. No lo sé. Me he despertado a esa hora de la noche para ir a pedirle perdón, me acercó muy despacio y compruebo que está completamente dormida pero un rastro húmedo ha quedado sobre el costado de la almohada. Quizás sea saliva pero yo pienso que son lágrimas.

Y quiero abrazar a mi mamá en ese instante, decirle que no está sola, que yo la quiero, que la quiero mucho pero no puedo, no me atrevo, y pienso que si la despierto se va a molestar, me puede pegar como la vez pasada con las chancletas, o hasta puede pensar que soy un ladrón y tirarme con el fierro que guarda bajo la almohada.

Sólo la miro y me voy alejando, mis pies descalzos están percibiendo el frío, de inmediato se hielan mis manos que no saben dónde meterse, quisiera tener la fuerza de mi hermano que cuando tiene miedo, coge su almohada y se pasa a su cama.

Pero yo soy la mayor, y soy grande, debo dar el ejemplo, no debo tener miedo y entonces regreso con toda la culpa encogida en el pecho, con los ojos empozados y una mirada turbia que me exige, me clama, un castigo.

Un castigo es lo que merezco por haber hecho llorar a mi mamá, por no poder controlar mis impulsos, por no poder ser buena. Quiero ser buena, quiero ser una santa, quiero ir al cielo, pero ahorita, de inmediato, en este instante, ya, ya, ya. Que el manto de la virgen baje verdaderamente a cubrirme.

Regreso a la cama, todavía está tibia. Mi hermano no se da cuenta de nada. Sigue durmiendo, su respiración es calmada, apenas tiene cuatro años. Despacio, con mis manos regordetas, abro la mesita de noche y sacó de la parte inferior mis zapatitos ortopédicos, son número 29 porque tengo cinco años y medio.

Estoy yendo al kindergarten. He aprendido a decir Ina und Udo, Annie und Emil, meine Mutter und meine Vater, meine Vater ist schon da, meine Vater, meine... y unas canciones que repito con mi hermano que no quiere aprender nada, y también he aprendido a correr de la Fräulein Carola que me agarra y me tira de las orejas hacia arriba.

No tengo amigas pero todos los días regreso con mi lonchera llena de chanchitos. Son unos bichitos inofensivos que salen de la tierra. Junto al jardín de las grandes hay muchos, cerca de la acequia, ellos son mis amigos, se dejan coger por todos lados, los guardo uno por uno en la lonchera rosada.

Ahora recuerdo. Mi mamá se ha molestado por eso. Cuando abrió la lonchera pegó un grito, estaba invadida de chanchitos y creo que por eso ha llorado, que por eso ha dicho que ya no puede más, que trabajar todo el día la cansa, que preparar el almuerzo y la comida y comprar las cosas para el colegio, que la plata no le alcanza, que nadie la obedece, que las monjas le reclaman los cinco meses que está debiendo, que mi abuela está enferma, que el desgraciado de tu padre que no da ni medio para ustedes, que nosotros, que tú, que tu hermano, que tu asma, que tus remedios, que ese doctor que saca y saca dinero, que tus inyecciones, que tu uniforme, que tus carísimos zapatos ortopédicos, que no hay trabajo, que la inflación, que tus cosas para la lonchera del día siguiente y mi mamá revienta, golpea las paredes, y las paredes tiemblan, y su mano se pone roja, y golpea con más fuerza, yo la miro desde acá abajo y no puedo abrazarla, no puedo hacerle nada, ella golpea una y otra vez las paredes, y mi hermano viene y también llora, y yo lloro y mi mamá termina cayendo sobre las losetas heladas, llorando también, todos terminamos llorando abrazados, juntos, pobres, mamá, no llores, no llores, mami, no llores.

No sé qué sucede. No puedo saber qué sucede. Por eso ahora agarro entre mis manos mi horrible zapato ortopédico de color marrón. Y lo veo. Es feo. Es horrible. Como las inyecciones, como el señor que viene a ponerme las inyecciones todos los días, como el doctor que me pone las vacunas, como las vacunas, como las toses de las gentes cuando hago las nebulizaciones, como el líquido rosado de las nebulizaciones, la garraspera de los viejos, los escupitajos.

Abro una de mis manos regordetas y la pongo sobre la cama, veo mis uñas sucias, los huequitos que se forman a la altura de los nudillos, y con el zapato ortopédico me pegó fuerte, primero me duele un poco pero decido que no es suficiente, no es suficiente, y me sigo pegando más y me duele mucho pero debe dolerme más, y me aguanto el dolor apretando la boca para que mi hermano no se despierte, y me pego más, mucho más fuerte porque quiero ser buena más fuerte porque quiero ser santa que no llore mi mamá nunca más que no grite así de esa manera porque quiero ser buena que nadie le haga daño porque quiero ser que nadie le haga nada que no llore que no se vaya que me duele que no me deje porque quiero ser buena quiero ser que mi mano se pone roja quiero ser buena para que no se vaya nunca y nunca me deje diosito por favor.


Quiero ser santa es parte del conjunto de cuentos Reina del Manicomio, Lima, Ed. Altazor, 2013.


Escrito por

Rocío Silva Santisteban

Rocío Silva-Santisteban Manrique (Lima, 1963) Escritora, profesora, activista en derechos humanos y políticamente zurda.


Publicado en

Kolumna Okupa

Artículos, kolumnas, reseñas de libros, poesía y reflexiones varias de Rocío Silva Santisteban.