Melissa Alfaro a 25 años de su muerte
Asesinada con un sobre-bomba, su crimen aún sigue impune
Ojos grandes, almendrados, y una mirada confiada como la de una ardilla. Esas miradas raras de encontrar. También estuvo confiada cuando abrió el periódico envuelto que le había llegado junto a otras revistas, como una acción rutinaria, a pesar de que antes había recibido llamadas insultándola y amenazándola de muerte. Por eso el primer sonido fue inesperado, como todo lo que vino después y terminó con los ojos, la mirada, los sueños, el futuro de periodista en Chile adónde iba a viajar para encontrarse con su pareja. Todo desapareció en un instante y se inició el dolor y la peregrinación de su madre, Norma Méndez, recorriendo juzgados, fiscalías, oficinas de abogados, despachos de burócratas, buscando solo una cosa: justicia.
El día de ayer se cumplieron 25 años del crimen de Melissa Alfaro Mendez: la joven periodista del semanario Cambio asesinada a los 23 años de edad por un sobre-bomba atribuido al agente del Servicio de Inteligencia del Ejército Víctor Penas Sandoval. (el artefacto estaba compuesto de ambo – gelatina, material de uso exclusivamente militar). A pesar de las investigaciones que se han realizado no solo por diarios como La República y periodistas como Ángel Páez, sino por el propio Ministerio Público, su asesinato sigue impune. Como Hubo Bustíos, Jaime Sulca, Pedro Yauri, o como los ocho de Uchuraccay sobre cuyos asesinatos Melissa escribió un artículo reclamando justicia, ella murió cumpliendo con su deber: es la única mujer periodista asesinada durante el conflicto armado interno.
Como recuerda Rodolfo Ibarra, uno de sus compañeros de trabajo, su apodo era “la pirañita” porque sus entrevistas a los pirañitas —niños delincuentes— se habían vuelto famosas, así como sus trabajos de periodismo de investigación. Poco a poco fue ascendiendo en el semanario hasta que se convirtió en la corresponsal ante el Congreso de la República mientras en las noches seguía asistiendo a la Escuela de Periodismo Bausate y Mesa que ella misma pagaba con su trabajo. Ese día había regresado del congreso para almorzar en su oficina cuando su vida fue arrancada. Las lenguas insidiosas la acusaron de terrorista para, ¡qué abyección!, justificar su crimen.
Su asesinato tuvo un objetivo pedagógico: esparcir el miedo. El periodismo de los años 80 cometió muchos errores pero tuvo una gran virtud: era valiente. Lo recuerdo bien: fue un ejercicio indomable de varios hombres y mujeres a riesgo de ser asesinados. La adrenalina es un inquietante componente de esta profesión y, es cierto, la hubo a borbotones entre los caminos sinuosos de la sierra ayacuchana o en los riesgos que se corrían muchos periodistas buscando información que pudiera poner en claro ese fuego cruzado que regó tanta sangre. Ante tanta prensa mermelera y televisión basura de hoy, habría que acordarse de los periodistas que murieron en esos años por su apuesta a encontrar eso que los poderes escondían, es decir, la verdad. ¡Melissa Alfaro más presente que nunca!
Esta kolumna se ha publicado el día de hoy en La República. La fotografía es de Walter Hupiu durante la romería del domingo 9 de octubre de 2016.