Se necesita muchacha en Navidad
Olvidamos que las trabajadoras del hogar cumplen un papel fundamental en una familia: organizan y cuidan
Roma, la película de Alfonso Cuarón, además de la belleza de la imagen en movimiento, de ese “tiempo esculpido” en fotogramas —como decía Tarkovsky— ha puesto en debate público internacional un tema que es invisibilizado por nosotros y nosotras las latinoamericanas: el papel emocional de la trabajadora del hogar en una familia.
El déficit de trabajo asalariado lanza a millones de mujeres al “servicio doméstico” adentro de las casas y si bien, en los sectores más altos y pudientes, les enfundan un uniforme azul o blanco que las diferencia de sus patrones y abre brechas clasistas que vuelven gélida esa relación; en los grandes sectores de clases medias y media-bajas de todo nuestro país —sierra, costa, selva— se mimetizan de tal forma que terminan convirtiéndose en “la ahijada”.
Pero no solo eso y Cuarón lo muestra de manera magistral: son quienes con amor prodigan cuidados a los niños de tal suerte que llenan el déficit emocional de una pareja en crisis o de una familia en caída libre. Esa mujer que despierta al niño con unas cosquillas o lo hace dormir con un canto en quechua o aimara o awajún es quien entrega amor como si fuera parte de sus servicios. Precisamente, la economía del cuidado, de la que están hablando tanto nuestras colegas feministas españolas, en América Latina cobra otros matices con la presencia de miles de mujeres indígenas o mestizas en nuestros espacios privados cuidando a nuestros niños y a nuestros abuelos.
El servicio dentro del hogar es heredero del pongaje de las haciendas y encomiendas y está atravesado no solo por la colonialidad del poder —ergo, por el racismo— sino por el machismo de nuestro patriarcado marcado por la bastardía originaria, aquella que dejó la violación de la indígena por el español que nunca reconocía a ese hijo o hija. La violación sexual dentro del hogar como “aprendizaje de la sexualidad” de los jóvenes patrones utilizando a las sirvientas como “depósitos” de sus arrechuras es otra de las marcas de fábrica de este sistema injusto pero secular. Hoy, gracias a la aprobación del Convenio 189, las cosas están cambiando pero con lentitud de tortura: la humillación cotidiana en ese ámbito doméstico sigue siendo justificada y escondida.
En el año 2007, las trabajadoras del hogar organizadas en la Asociación para Trabajadoras del Hogar de Piura, me confesaron diversas historias tristes de sus navidades en las que continúan trabajando. Una de ellas, con una ironía mordaz, me dijo: “A veces te regalan un calzón [risas]… y algunas [empleadoras] dicen ‘con todo lo que yo te he enseñado, más bien deberías pagarme a mí’. Y esos días de fiesta nos explotan, nos hacen trabajar hasta las 11 de la noche, nos dejan cuidando al perro en Navidad”.
El perro y la trabajadora del hogar forma parte de varias escenas de Roma de Cuarón: hasta la mierda perruna en primerísimo primer plano nos muestra, simbólicamente, que la putrefacción se mezcla con los sentimientos más puros. Y a veces, el perro, es el único mamífero que con una lamida en la mano le muestra amor a la trabajadora del hogar.
Esta kolumna ha sido publicada hoy en La República.