#ElPerúQueQueremos

La mano de Mamani

No es solo acoso sexual: esa mano simboliza el poder del pendejo

Publicado: 2019-01-09

Un video de apenas uno cuantos segundos dirigido a un amigo en el que el aún congresista Moisés Mamani dice: “esta es la mano… zas…” ha causado repugnancia en peruanas y peruanos, y a su vez, ha implicado que el congresista sabía perfectamente lo que hacía cuando realizó los tocamientos indebidos a la aeromoza de Latam. Todas sus excusas caen desprovistas de sustento, quedando confirmado que se trataba de una acción dolosa. Pero más allá del tema penal habría que preguntarse, hoy en nuestro país, qué simboliza esa repugnante mano.

La antropóloga Norma Fuller, en un reportaje de Cuarto Poder, remarca varios temas que me parecen sumamente importantes: Mamani hace alarde, con sus amigos, del poder de su mano y de su condición de “machomen”; pero también, desde una lectura política, es la mano que llevaba el reloj con el que se introdujo hasta la casa del presidente de la república de ese entonces para hacerlo caer.

Esa percepción de sí mismo con un poder abrumador lo sostiene en su condición de transgresor de normas, reglas y códigos de ética. Mamani se ha convertido en la quintaesencia del pendejo. El pendejo no es necesariamente el hijo de la migración, el producto de la supervivencia, el émulo desafiante del poder mestizo; el pendejo es simplemente el que utiliza su malicia para sacar provecho de la debilidad del sistema, pero sobre todo, de la debilidad de los demás. La pendejada es una forma de transgresión social asentada en el goce sádico del daño al otro. Juan Carlos Ubilluz, en un libro ya clásico sobre el tema, sostiene que la pendejada deja de lado el aspecto pícaro de la viveza criolla y se concentra en el aspecto sádico de la transgresión que “desvincula al sujeto de sus lazos tradicionales y exacerba en él la voluntad de goce”.

Mamani lo hizo; Salaverry lo presentó como el gran señalador de la ética ciudadana, pero todos sabíamos que en realidad era un pendejo que se infiltró en los salones del poder con un único objetivo: servir a su reina. La simulación y la obsecuencia fueron más allá y también hizo lo propio con el hermano de la reina. Su autopercepción de omnipotencia llegó a niveles paroxísticos. ¿Esa risa aguda frente a la cámara fanfarroneando de su propia mano no puede ser comparable con la risa sádica de quien transgrede los límites y goza de su propia transgresión? ¡Miren hasta dónde llega el poder de mi mano, zas!

El que puede lo más, puede lo menos. Por eso ¿alguien que hizo caer al más alto representante del poder en el Perú con su mano y su reloj por qué no podría utilizar esa misma mano para agredir a una mujer? ¿Tocarle el culo a una linda azafata no es el colmo de la hombría? En un sistema en el que el poder se ejerce en la infracción de las normas simulando que no se han infringido, tocar los glúteos de una aeromoza en un vuelo de provincias, es solo un adorno a su magnífica performance de pendejo mayor.

No solo los puneños votaron por Moisés Mamani: nosotros nos hicimos los de la vista gorda durante la primera simulación. La segunda nos saltó a la cara. Es preciso reconocerlo.

Esta columna fue publicada el día de ayer en La República.


Escrito por

Rocío Silva Santisteban

Rocío Silva-Santisteban Manrique (Lima, 1963) Escritora, profesora, activista en derechos humanos y políticamente zurda.


Publicado en

Kolumna Okupa

Artículos, kolumnas, reseñas de libros, poesía y reflexiones varias de Rocío Silva Santisteban.