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El patriarcado no es un dragón feminista

Sobre el patriarcado como hecho histórico, la negación del mismo y los nuevos defensores solapas de un patriarcado a punto de morir

Publicado: 2019-05-28

Hay que admitir que la ignorancia puede hacer creer que San Jorge mató a un dragón en la vida real y que la harina de cuernos de unicornio vendida en los mercados de la Europa medioeval evitaba la impotencia. Pero que intelectuales, profesores universitarios, periodistas y correctores de estilo del siglo XXI sostengan que el patriarcado es un invento del feminismo es casi una excrecencia “dragoniana”.

El gran antropólogo Claude Lévi-Strauss (1908-2009) basó en el intercambio de mujeres su teoría sobre las relaciones de parentesco que explica la sociabilidad humana. Respaldado en evidencia de prácticas milenarias desde los asentamientos neolíticos, sostuvo que fue el tabú del incesto, que obligaba a los hombres a conseguir esposas fuera del grupo de parientes consanguíneos, la base de las sociedades. El intercambio de hijas y hermanas vetadas con las hijas y hermanas vetadas de otros varones jefes de clanes va instituyendo poco a poco una fratría entre pares iguales que controlan la reproducción de "sus" mujeres organizando el parentesco, en primer lugar, y cuando se vincula con el Estado, el patriarcado en segundo lugar.

Ha sido su discípula Françoise Héritier, quien desarrolló el análisis del patriarcado en diferentes culturas para comprender cómo se despojó a la mujer del poder de la reproducción a través no solo del control de su cuerpo sino de su rol: "colocar a la madre en el lugar de la mujer implica asignar a esta una única función que anula a la persona que hay en ella" ("Masculino-Femenino II, p.14). La historiadora Gerda Lerner quien, sobre la base de análisis arqueológicos en la Mesopotamia, sostiene que el patriarcado duró dos mil años en instituirse como tal, y tiene más de seis mil años de antigüedad. En otras palabras, es la dominación más antigua (que la esclavitud y el capitalismo, por cierto): "La apropiación masculina de la capacidad sexual y reproductiva de las mujeres ocurrió antes de la formación de la propiedad privada y de la sociedad de clases. Su uso como mercancía está, de hecho, en la base de la propiedad privada. Los Estados arcaicos se organizaron como un patriarcado; desde sus inicios el estado tuvo un especial interés por mantener la familia patriarcal” (La creación del patriarcado, p. 15).

Es en la cultura greco-romana que el patriarcado cobra su momento de cohesión y esplendor en tanto la ciudadanía se basaba en el pater familias como institución medular y sus prácticas diarias eran las acciones que institucionalizaban a las ciudades-estado. Eso lo sabe cualquier estudiante de derecho romano. Por otro lado, no se puede decir que, en los estados prehispánicos (Tahuantinsuyo o Tenochtitlan), no haya existido porque hay demasiada evidencia sobre el uso de las riendas del poder en manos de varones, con el consabido control del cuerpo de las mujeres, para la procreación y la crianza.

El patriarcado es una institución universal basada, no en la superioridad de fuerza del varón, sino en la estructura que se organiza sobre el control del padre --el hombre de la casa-- de todas las relaciones de parentesco y propiedad. No existe un patriarcado sino muchos patriarcados: incluso relaciones desiguales entre unos y otros. En el caso peruano, al patriarcado dependiente, esto es, el que conforman los presidentes de las comunidades campesinas, de las asociaciones de regantes, de las rondas campesinas, de los frentes de defensa, entre otros, se le exige como ofrenda a los patriarcas de primer orden —los blancos de la ciudad, los funcionarios de las mineras, los burócratas del Estado— una serie de actuaciones que organizan una dominación marcada por la colonialidad del poder y que implican ceder la propiedad, la posesión o el control de los territorios muchas veces con la contraprestación de obtener trabajo en la empresa o dinero. Entender las diversas relaciones entre estos dos patriarcados es importante para poder comprender las alianzas inequitativas que se establecen para el control, no solo de la reproducción de los seres humanos, sino de la defensa de la vida que muchas veces realizan las mujeres (la defensa del agua, de las cochas, de los manantes, del territorio en suma). 

Es cierto que en las grandes urbes contemporáneas el patriarcado ha retrocedido en la medida que el control sobre la reproducción, sobre el cuerpo de las mujeres, y sobre el rol que cumplen, ha disminuido básicamente por el empoderamiento de las mujeres a través del control de nuestra propia reproducción. Hoy la anatomía ya no es un destino. Hoy las mujeres pueden incidir en lo simbólico y de esta manera des-controlar sus cuerpos a través de la tecnología de la dominación masculina. Hoy la política es también la política de las mujeres y nace de haber descubierto la diferencia femenina.El feminismo ha jugado un rol fundamental para la emancipación de las mujeres, para la posibilidad de adentrarnos en la política desde lo personal y en algunas zonas el patriarcado ha retrocedido.

Considero que precisamente por la conciencia de un final del patriarcado --y del control del varón sobre el cuerpo, el pensamiento y la reproducción de las mujeres-- se producen reacciones desesperadas. Las barras bravas de un patriarcado que se ve debilitado, limitado, vulnerable, herido en su núcleo duro como un animal herido de muerte, infunde acciones que son coletazos de ahogado. Estas barras bravas del patriarcado moribundo lanzan sus gritos de guerra que se convierten en feminicidios, violaciones sexuales, violencias múltiples, acoso sexual, estigmatizaciones múltiples, descalificaciones varias y toda suerte de acciones para seguir manteniendo el control.

Las retaguardias --otrora vanguardias-- de estas barras bravas del patriarcado se convierten en justificadores de la propia dominación con argumentos lo suficientemente sofisticados para no caer en la apología de los delitos de violencia. Uno de ellos es decir que el patriarcado no existe, que solo es parte de la imaginación femenina, que hoy no cumple ninguna función en sociedades donde varones y mujeres somos iguales, que es el dragón de los cuentos feministas.

Pero el patriarcado no es un invento feminista (aunque obviamente el feminismo desarrolló su mejor análisis social, cultural e histórico) y negarlo es como negar la evolución. Uno podría esperar hasta que se niegue que la tierra es redonda --como lo plantean los ingenuos terraplanistas-- y esperar de los antiderechos, en su ignorancia supina y soberbia, que nieguen al patriarcado, la dominación masculina, pero… ¿de los intelectuales, escritores, profesores? ¡No nos defrauden, compañeros varones, y caminen junto con nosotras por la liberación de las mentes! Es cierto que costará dejar los privilegios pero ganaremos todos con la paz, el respeto y la no-violencia.

La tercera parte de esta columna ha sido publicada hoy en La República.


Escrito por

Rocío Silva Santisteban

Rocío Silva-Santisteban Manrique (Lima, 1963) Escritora, profesora, activista en derechos humanos y políticamente zurda.


Publicado en

Kolumna Okupa

Artículos, kolumnas, reseñas de libros, poesía y reflexiones varias de Rocío Silva Santisteban.